ALGUNAS CONSIDERACIONES EN TORNO AL LIMÓNOV DE EMMANUEL CARRÈRE

El Limónov de Carrère se ha convertido en un best-seller de alcance mundial, y también en nuestro país. Los elogios han sido casi unánimes y escasísimas las reservas.

De igual modo, la aceptación de las insinuaciones de Carrère ("Limónov es un fascista raro", "si lo miramos despacio, El Asad y Gadafi son lo mismo") se aceptan acríticamente aun sin conocer la obra de Limónov ni tampoco su auténtica biografía —no en vano Carrère se guarda las espaldas calificando su engendro de novela— e incluso se acentúa desde el desconocimiento la maldad del protagonista, como hace Sabino Méndez, parafraseando a Carrère, en La Razón: "Es un pobre artista, un totalitario que, como rareza inducida por sus circunstancias, está con los débiles; lo cual no evita para nada su totalitarismo. [...] Lo cierto es que Limonov es un pobre totalitario, un aficionado a la mística violenta de las armas, que se acerca a ellas como si fueran «gadgets» políticos, algo bastante indeseable".

Cabría preguntarse, sin embargo, ¿cuál es la razón de que la copia, la imitación, consigan imponerse al original? Pues el libro de Carrère, salvo algunos párrafos de su cosecha, no es sino una vulgar y anodina copia resumida de los muchos libros publicados por Limónov. Carrère se ha aprovechado de la prosa brillante, incisiva, cortante, provocadora y agresiva de Limónov —considerado hoy en Rusia, incluso por sus enemigos, como el mejor escritor ruso actual— y la ha pulverizado, la ha tamizado para eliminar todo lo que contradecía sus tesis de partida, la ha aguado a voluntad y nos ha servido una papilla sin la gracia y el colorido de los ingredientes originales, pero, eso sí, adaptada a las demandas cada vez menos exigentes de los lectores occidentales.

Los primeros capítulos de la ¿novela?, ¿biografía?, ¿novela biográfica? de Carrère son una auténtica impostura. En ellos no hay la más mínima investigación sobre su personaje, sino que se limita a entresacar los aspectos que más le convienen para su imagen preconcebida del protagonista de sus novelas Edichka, La gran época, Diario de un fracasado, Diario de un servidor y Diario de un granuja. A nadie se le ocurriría hacer una biografía de Henri Miller a partir, solamente, de sus novelas, pues cualquier crítico literario sabe que las novelas, por muy autobiográficas que sean, solo pueden ser consideradas como fuentes secundarias y que el autor recrea en ellas su propia experiencia vital. Si Limónov se presenta a sí mismo, provocativamente como "un granuja", para Carrère es, efectivamente, un granuja y así se lo hace saber a sus lectores, quienes, si se conforman con esta adulterada píldora, se perderán todo el fascinante retrato de la sociedad soviética brezneviana y de esa juventud desnortada que rechazaba lo que el régimen les presentaba como "sociedad comunista", de la que ellos preferían situarse al margen, que son Edichka, La gran época e Historia de un granuja.

El método de Carrère se desvela ya en las primeras páginas, cuando se refiere al padre de Limónov, militar de baja graduación, como un "chequista subalterno" [págs. 98-99 de la edición francesa (Paris: P.O.L., 2011) que tomaré en adelante como referencia]. En Historia de un granuja Limónov narra sus primeros pasos bohemios de poeta underground en Moscú, la emprende con no poco humor, con el stablishment, el oficial y el disidente, actitud que mantendrá, tras su exilio en Nueva York, con los Andy Warhol, Allen Ginsberg, Ferlinghetti... lo que dará pie a Carrère, sin entender al personaje creado por Limónov —un escritor joven que pugna por abrirse paso derribando a los ídolos que ocupan la escena—, a afirmar, con el conveniente distanciamiento y tomándose al pie de la letra toda la ironía que Limónov vierte sobre sí mismo: "Esta mezcla de desprecio y envidia no hace muy simpático a mi personaje" [ibíd., p. 119]. En fin los ejemplos no faltan: "Escribir nunca fue para él un fin en sí mismo, sino el único medio de que disponía para alcanzar su verdadero objetivo, hacerse rico y célebre, sobre todo célebre [íbid., p. 237]... Pero cuando las artimañas de Carrère se muestran más al desnudo es en su Epílogo, en el que compara a Limónov con Putin: "si estuviera en su lugar, no me cabe duda de que diría y haría todo lo que dice y hace Putin [íbid. págs. 479-480]. Decir tal cosa de alguien que, bajo el régimen de Putin, ha sufrido graves palizas de advertencia en la via pública, 15 meses en régimen de aislamiento en la cárcel de Lefortovo, bajo la acusación de terrorismo, sin derecho a abogado ni a recibir visitas, antes de ser condenado a 14 años y transferido a un campo de trabajo y rehabilitación, que es detenido sistemáticamente los días 31 de cada mes por encabezar las manifestaciones en favor del derecho de manifestación recogido en el artículo 31 de la Constitución rusa... no parece, precisamente, un ejercicio de objetividad.

Sobre lo que entiende Carrère por objetividad resulta sumamente instructivo el atroz y autocomplaciente diálogo que sobre el final que convendría a su Limónov mantiene con su hijo:

"No me gusta este final y creo que a él tampoco le gustaría. Creo también que quienes se arriesgan a juzgar el karma de otro, o incluso el suyo propio, pueden estar seguros de equivocarse. Una tarde confié mis dudas a mi hijo mayor, Gabriel. Es montador, acabamos de escribir juntos dos guiones para la televisión y me gusta mantener con él conversaciones de guionistas: esta escena, vale; esa otra, no.
—En el fondo —me dice— lo que te molesta es presentarlo como un loser.
Lo acepto.
—¿Y por qué te molesta? ¿Porque temes herirlo?
—En realidad, no. Bueno, en parte, pero sobre todo me parece que no es un final satisfactorio. Que es decepcionante para el lector.
—Eso es distinto —observa Gabriel y me cita unos cuantos libros y películas fundamentales cuyos protagonistas acaban mal—. Raging Bull, por ejemplo, y su última escena en la que aparece el boxeador interpretado por De Niro en una situación límite, completamente abatido. Ya no le queda nada, ni mujer, ni amigos, ni casa, se ha abandonado y se gana la vida actuando en un número cómico en un local miserable. Está esperando que lo llamen para entrar en escena sentado frente el espejo de su camerino. Lo llaman. Se levanta pesadamente de la butaca y, justo antes de salir del encuadre, se mira en el espejo, se balancea, hace como que boxea y se le escucha farfullar, en voz baja, solo para él: "I'm the boss. I'm the boss. I'm the boss".
Es patético y magnífico.
—Mil veces mejor —añade Gabriel— que si hubiera aparecido victorioso sobre un podio. Acabar con Limónov, después de todas sus aventuras, comprobando en Facebook si tiene más amigos que Kasparov, eso puede funcionar.
Tiene razón; sin embargo, hay algo que sigue incomodándome.
—Bien, abordemos el problema de otra manera —prosigue—. ¿Cuál sería para ti el final preferible? O sea, si fueras tú el que decidieras. ¿Que tomara el poder?
Niego con la cabeza: demasiado inverosímil. Sin embargo, en su programa de vida hay algo que aún no ha hecho: fundar una religión. Lo que haría falta es que abandonara la política, donde, la verdad, no tiene futuro, que volviera a los montes Altái y que se convirtiera en un gurú de una comunidad de iluminados, como el barón Ungern von Sternberg, o, aún mejor, en un auténtico sabio. Directamente una especie de santo.
Ahora es Gabriel el que tuerce el gesto:
—Creo que ya sé el final que te gustaría: que lo asesinaran. Para él, estaría en consonancia con el resto de su vida, sería heroico y le evitaría morir como uno cualquiera de un cáncer de próstata. Tu libro se vendería diez veces más. Y si lo envenenan con polonio, como a Litvinenko, ya no es que se venda diez veces más, sino cien veces más en todo el mundo. Deberías decirle a tu madre* que se lo comentara a Putin".


* La madre de Emmanuel Carrère, de soltera Hélène Zourabichvili, descendiente de una familia de aristócratas rusos que abandonaron el país tras la revolución de 1917, mantiene buenas relaciones con el poder actual ruso, se ha entrevistado con Putin y suele aparecer en las cadenas de televisión afines al presidente. En una de estas apariciones se expresó con menos comedimiento del que suele emplear en Francia e hizo los siguientes comentarios, calificados por algunos de racistas, sobre la presencia de africanos en Francia:

"Durante años el gobierno ni siquiera se atrevía a calificarlos de hooligans. [...] Estas gentes vienen directamente desde sus poblados africanos. Ahora bien, París y las demás ciudades europeas no son poblados africanos. Todo el mundo se sorprende, por ejemplo, de ver niños africanos en la calle en vez de en la escuela. Uno se pregunta por qué sus padres no son capaces de retenerlos en su casa. Sin embargo, es evidente, existe una verdadera tragedia, la poligamia. Muchos de estos africanos son polígamos. Pueden tener tres o cuatro mujeres y veinticinco niños en el mismo piso. Esos pisos están tan atestados que han dejado de ser un verdadero domicilio, ¡no se sabe ni lo que es! Esa es la razón de que los niños estén en la calle". [entrevistada por la cadena rusa NTV el 13 de noviembre de 2005]. En otra ocasión, entrevistada por el semanario ruso Moskovskie Novosti, declaró que en Francia "tenemos leyes [...] que habrían podido ser ideadas por Stalin, [que pueden enviar a uno a la cárcel] si sostiene que hay cinco judíos o diez negros en la televisión". [consulta en línea 5/5/2013: http://www.lutte-ouvriere-journal.org/?act=artl&num=1948&id=16]


Uno de los escasos críticos que emitió algunas reservas al Limónov de Carrère fue Patricio Pron, quien tituló su artículo: "La biografía fallida de Limónov".


La biografía fallida de Limónov

Poeta, suicida, recluso, golpista, místico: Emmanuel Carrère aborda todas las facetas de Eduard Limónov en su última obra. La vida de un personaje desmesurado, enemigo de Putin

Al descubrir que los lavabos de la prisión en la que se encontraba eran iguales a los de un hotel de lujo en el que se había alojado unos años atrás en Nueva York, Eduard Limónov se preguntó «si habría en el mundo muchos otros hombres como él[…] cuya experiencia incluyese universos tan diversos como el del preso de derecho común en un campo de trabajos forzados a orillas del Volga y el del escritor de moda que se mueve en un decorado de Philippe Starck».
La respuesta, qué duda cabe, es negativa: muy pocas personas tienen una trayectoria vital como la de Limónov, nacido Eduard Savenko en 1943 y protagonista del libro de Emmanuel Carrère del mismo nombre que mereciera el Prix de Prix 2011 y los premios Renaudot y de la Lengua Francesa.
A lo largo de su vida, Limónov ha sido delincuente juvenil, poeta vanguardista, suicida insustancial, recluso en un psiquiátrico, vendedor de libros, sastre autodidacta, clandestino en Moscú, indigente en Nueva York, amante de negros del Bronx, sirviente en la casa de un rico, escritor de éxito en París, miliciano serbio, golpista ruso, director de un periódico de corte fascista, líder de un partido nacionalista, místico, memorialista, preso sin sentencia e incluso sin cargos («quizá el momento culminante de su vida, el momento en que ha estado más cerca de ser lo que siempre, con bravura, con una terquedad infantil, se ha esforzado en ser: un héroe, un auténtico hombre»).

Exageraciones autobiográficas

Algo en todo esto parece desmesurado, y desde luego lo es, pero «Limónov» debe todo su interés precisamente a esa desmesura. Carrère, quien conoció superficialmente a su biografiado en París cuando este era un autor de éxito y él un joven aspirante a escritor, lee sus libros (autobiográficos, aunque con exageraciones) y lo visita en Moscú, donde Limónov vive en la semiclandestinidad como el único superviviente de una lista de «enemigos de Rusia» cuyos otros integrantes eran la periodista Anna Politkóvskaya y el antiguo espía Aleksandr Litvinenko, ambos asesinados.
Desafortunadamente, Carrère no conversa con otras personas que lo hayan conocido ni coteja lo que el escritor ruso ha dicho y dice de sí mismo con lo que otros pudiesen decir de él, y esto se debe a su interés por una figura que no permite matizaciones, que arrastra a su biógrafo (y, con él, al lector) sin que este tenga tiempo de vacilar, de preguntarse acerca de la verosimilitud de lo que se le está contando o de ejercer el juicio crítico con el que Limónov parece haberlo observado y descartado todo, a excepción de sí mismo.

Al final de este libro no sabemos realmente quién es Limónov
«Limónov» cautiva por el magnetismo de su personaje principal, pero también sorprende por las decisiones que ha tomado su autor. A la de no contrastar lo que el personaje principal ha dicho sobre sí mismo se le suma la de inmiscuirse en el relato hasta el punto de que la obra se convierta en la biografía de dos personajes, Eduard Limónov y Emmanuel Carrère, y el relato de sus encuentros y divergencias, así como de las dificultades de este último para escribir el libro

Por el bien de sí mismo

No cabe duda de que la aproximación es perfectamente viable: si aquí fracasa al menos parcialmente es porque, por una parte, la vida del primero es muchísimo más interesante que la del segundo, y, por otra, porque la (a ratos irritante) belicosidad y amargura de Limónov, a quien el autor considera una mezcla de «[Michel] Houellebecq, Lou Reed y [Daniel] Cohn-Bendit», contrasta aquí con la bonhomía y la indulgencia con la que Carrère se juzga a sí mismo y a su biografiado.
Es difícil encontrar un contraste mayor, al punto de que el lector desearía que algo del descontento consigo mismo y con los demás que siempre ha caracterizado a Limónov se hubiese contagiado a su biógrafo, no sólo por el bien de sí mismo, sino también de su retrato del escritor ruso. No sucede así, pero ese lector se ve compelido de todas formas a dejar de lado estas objeciones ante las peripecias y los extraordinarios cambios de rumbo en la vida del personaje principal, así como la sobriedad y la inteligencia con las que Carrère realiza un esbozo de sociología literaria de la Unión Soviética de la década de 1960 (lo mejor del libro) y narra a través de su biografiado uno de los momentos más apasionantes de la Historia reciente de Europa Oriental: la disolución de la Unión Soviética, el caos político y económico subsiguiente, las guerras balcánicas, la instauración de un nuevo régimen de terror en Rusia, el ascenso de Vladímir Putin.

Al final de este libro no sabemos realmente quién es Eduard Limónov, pero sí de las circunstancias que llevaron a él y a otros a cambiar de rumbo una y otra vez y otra, y esas circunstancias son el resultado de los vientos de la Historia, que en Europa Oriental adquieren siempre el carácter de huracanes violentos y contradictorios que lo arrasan todo a su paso y sólo dejan ruinas.

https://www.abc.es/cultura/cultural/20130212/abci-cultural-libros-limonov-emmanuel-201302121056.html



2 comentarios:

  1. He disfrutado mucho con LIMONOV de Carrére (en Francés) de hecho he pedido el resto de los libros escritos por Limonov.
    Como autor del único libro en español sobre "EL BARÓN UNGERN" discrepo en que haya un paralelismo entre ambos personajes, veo más a Ungern como un "Lope de Aguirre", ¿locura? es algo común a todos los genios...
    Manuel Vallejo

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  2. Le doy la razón. Son dos casos completamente diferentes. No conozco a fondo la figura del barón Ungern, un señor de la guerra que asoló las tierras de Mongolia pretendiendo convertirse en un segundo Gengis Kan. En el caso de Limónov, sin embargo, un personaje contemporáneo cuyos libros alcanzaron en el momento de su publicación un considerable éxito, se ha extendido sobre él un manto se tergiversaciones y simplificaciones de las que el libro de Carrère no es sino un pálido, y oportunista reflejo. Resulta curioso que, en ese partido, juzgado sin más de nazi y bolchevique por su provocativa bandera, milite también Zajar Prilepin, convertido hoy en otro de los principales escritores rusos (Sajalín editores acaba de publicar su interesantísima Patologías (http://www.sajalineditores.com/?p=libro&l=42).

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